ÁCIDO SULFÚRICO, UN RETRATO DE LA NORMALIZACIÓN

Antes de entrar en materia, primero hay que ponernos en contexto. Ácido sulfúrico es una novela corta de Amélie Nothomb, publicada por primera vez en el 2005. Ojo al año, que es relevante. La novela trata, básicamente, sobre un nuevo reality show que simula las condiciones de un campo de concentración nazi, donde se mantiene preso a un grupo de personas que han sido secuestradas. Cada semana la audiencia vota por quien será ejecutado.

Vale, de la novela se pueden decir muchas cosas, pero no me quiero concentrar en la obra en un sentido crítico a nivel literario, pues no es la intención de esta entrada. Si acaso, rescato las líneas de apertura, que personalmente me parecen exquisitas, por no decir una genialidad:

Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo.

Me permito esta otra crítica a la autora, antes de pasar a mi reflexión. No creo que Amélie Nothomb esté lista para abordar esta clase de temas. Como narradora semiautobiográfica, mis respetos, la calidad y delicia de sus textos es incomparable, Metafísica de los tubos, El sabotaje amoroso, Biografía del hambre, Ni de Eva ni de Adán, son obras maestras que, confieso, he leído más de tres veces. Pero cuando intenta abordar otros temas: distopías, asesinos, intrigas, juegos psicológicos, no termina de funcionar. Le falta ese no sé qué; y Ácido sulfúrico no es la excepción. Si tuviera que calificarla, le pondría tres estrellas de cinco. Dicho eso, pasemos a la reflexión.

Segunda década del dos mil, recién salimos de una pandemia que logró trastocar al mundo entero, y muchos de nosotros, tan acostumbrados al internet y al concepto de redes sociales, actuamos como si estas tecnologías y sus implicaciones fueran un invento de Galileo. Pero no, Facebook nació en 2004 y no estuvo disponible en español sino hasta el 2008. YouTube hacía sus pininos en 2006, año en que fue adquirida por Google. Twitter también arrancó motores hasta 2006. Así que para 2005, por más que nos cueste imaginarlo, la reina de la atención de las masas era la televisión y Amélie Nothomb lo sabía.

Se dice que su crítica es a la hipocresía de la gente; y va siendo que mucho tiene de eso; pero de lo que no se habla, y es algo que salta a la vista, es la crítica a la normalización. Llegado a un punto, cuando los espectadores del programa se quejan de la brutalidad, más que expresarse con hipocresía, lo hacen con resignación. Los políticos se lamentan de no haber intervenido, los televidentes se quejan y lamenta de que los políticos no intervinieran, los que no tienen televisión se quejan de los televidentes por ver tan deplorable programa, los medios de comunicación se quejan de y condenan a todos los anteriores por seguir generando rating mientras ellos mismo siguen generando rating con sus quejas, pero al final nadie hace nada, al final todos están ahí, viendo, al pendiente de lo que pasa, no se pierden ni un solo detalle por minúsculo que sea.

¿No es eso lo que nos ocurre? El internet y las redes sociales nos mantienen conectados. Con diferencias de segundos sabes cualquier cosa. Bastan unos cuantos clics para enterarnos de todo, desde lo absurdo hasta lo serio, desde lo gracioso hasta lo morboso, desde lo noble hasta lo ruin. Cada día se pone a prueba nuestra capacidad de asombro, y cada día perdemos un poco más dicha capacidad. Llegamos a un punto en el que nos lamentamos de eventos trágicos, casi como una formalidad, para deslizar la pantalla y encontrarnos las adorables fotografías de un cachorrito. ¿Es hipocresía o es normalización?

Alguien podría decir: Es hipocresía, porque te lamentas y no haces nada.

Pero alguien podría decir: Claro que me lamento, pero es tan común, que no solo no puedo hacer nada, sino que ya dejó de sorprenderme.

Entonces, ¿es hipocresía o normalización? Se quedará para la polémica.

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